UN RETO SEMANAL CADA AÑO

En 2018 Idalia Sautto y Abril Castillo, socias del espacio Panamá, siguiendo un post random en redes sociales, empezaron el reto de escribir un texto a la semana para sumar 52 en un año. A los seis meses decidieron planteárselo hacerlo por cinco años. Tal vez dure más. En 2020 empezaron el cuarto año y están felices de invitar a más gente a escribir y compartir su cotidianidad.

Las reglas sugeridas son:

  1. Abrir una cuenta de Médium

  2. Hacer una lista de 52 detonadores, previo a empezar el reto (pueden ser géneros literarios, palabras, voces narrativas, temas)

  3. Improvisar cada semana sin ninguna lista

  4. Establecer un día a la semana para escribir. O no, hacerlo el día y a la hora que sea.

  5. Escribir una entrada semanal y ponerle el hashtag #52WeekWritingChallenge

  6. No decepcionarse si hay retrasos, siempre se puede retomar el ritmo

  7. Encontrar un compañero de escritura con quien acompañarse en sus lecturas y escrituras

 

© Inés de Antuñano

#cUOTADEGÉNERO

[blog mensual en la revista Este País desde 2017 a la fecha]

Punto muerto

Para flotar en la alberca, mi abuelo se ponía boca arriba viendo al cielo y se abría como estrella en el agua, sobre su superficie, como si fuera una sábana muy delgadita que podía romperse con cualquier movimiento brusco, pero que lo soportaba cuando todo estaba en su lugar. Y su cuerpo además no tenía tensión. Estaba relajado él, mi abuelo, cerraba los ojos y realmente parecía en una cama firme que lo sostenía en paz mientras él se quedaba casi dormido.

Intenté muchas veces hacer lo mismo, pero me hundía. Me ganaban las piernas, la cadera, los codos, la cabeza. No sabía flotar. Lograba poner el cuerpo como tabla si me agarraba con las manos del borde de la alberca. Aún hago eso a veces para estirarme sobre la superficie de donde nado actualmente. Floto sostenida y veo hacia el techo. No se ve el cielo en esa alberca, pero lo puedo imaginar.

Es parecido a andar en bici. Y el secreto de esa flotación, lo mismo en bici que en el agua, es quizá encontrar ese exacto equilibrio de un punto muerto. Pasa igual con mantener el coche en una subida con el balance específico del clutch y el acelerador. No sólo se trata de conseguir que el coche no se apague, sino que, si te toca el alto en esa pendiente, puedas reanudar la marcha sin pegarle a los coches aledaños. Dejarlo en el perfecto equilibrio para sólo meter el acelerador y continuar el viaje.

Así con la bici. En la alberca. En el tráfico.

Me pregunto si será coincidencia que la misma gente que nunca aprendió a andar en bici no sepa nadar. Qué habrá de ese punto muerto o equilibrio irracional a ciegas que resulta indispensable para flotar en el aire, en el agua, en una pendiente.

No es necesario entender la técnica. Si te la explican, te hundes, pierdes el equilibrio, te jala la bajada. Flotar no se piensa, se siente; es algo meramente corporal. En cuanto piensas, te caes. 

 
 

#52WEEKWRITINGCHALLENGE

[Un texto a la semana en Medium desde 2018 (y contando) en un reto compartido con Idalia Sautto]

 (21/52) Lo que escribiría si escribiera

La escritura es una extensión de mi mente, pienso. El dibujo, de mis emociones. Por eso lloro cuando escribo y me río cuando dibujo. Últimamente no he podido hacer ninguna de las dos. Lo hago, pero nunca regreso a lo que hago. Y me parece que escribir sin releer y dibujar lo invisible son acciones que es lo mismo que no existan.

Pero sí existen, me dice siempre Idalia. Sí has estado escribiendo estos meses.

Entonces es probable que lo que exista sea la escritura y yo no. La tinta y no mi cuerpo.

Clarice habla de un papel perdido. Ése es el detonante principal de su texto, lo que antecede a su frase: Si yo fuera yo.

Si yo siento que no he escrito ni dibujado, aunque lo haya hecho, quizá quien no existe soy yo.

Yo, lo impalpable.

Yo, el fantasma.

Yo, lo atorado.

Si yo escribiera, escribiría esa historia de los volcanes que estaban a punto de hacer erupción cuando dejé Morelia y me vine a vivir al DF. Esos volcanes que eran una prueba constante de que estábamos mejor allá, donde no caía ceniza ni temblaba nunca. Atrapados todos en una casa aislada del mundo.

Y ya encarrerada, transcribiría también los textos de las otras libretas que llené en los talleres de panamá, el que di con Idalia y el de Joan. Los transcribiría sólo por tachar ese pendiente en mi cabeza, sólo por quitar esas miles de libretas de mi escritorio, que me regañan todos los días que no las abro, que no extraigo nada de ellas, que las evito igual que me evito en un espejo que es mi letra escrita a mano, mis textos sin filtro, mi pensamiento automático y palabras al aire que al quedar atrapadas en una libreta no se las lleva el viento, como debería, y ahora me toca releerlas, reeditarlas, darles orden a ellas y a mi mundo y quizá por alguna razón quiero seguir habitando alguna suerte de caos. Hay algo que no quiero que se vuelva real, pero ¿qué?

© Gala Navarro

 

piedra, papel o tijeras

[columna digital mensual en la revista Tierra Adentro (2015-2017)]

De libretas y aviones

Si la línea es a la forma lo que el garabato al concepto, una libreta es un lugar de pensamiento que funciona casi como una escritura automática, una colección del tiempo (nuestro tiempo) y un diario. Por eso hay libretas de trabajo, de ejercicios, de reuniones inacabables, de notas escolares.

A lo largo de mi vida he tenido una infinidad de libretas. Para algunos son más valiosas que para otros. Son libros de un solo ejemplar a donde es posible volver de cuando en cuando. Son diario y espacio de trabajo; son bitácora y lugar de libertad.